lunes, 27 de octubre de 2014

Rímini: algo más que el Benidorm italiano




Sol, playa, chiringuito, biquinis, italianos en slip y con bigotes “rarunos” que pasean por la orilla, terrazas repletas de bañistas, y curiosos que observan melancólicos el mar. El Mar Adriático. La costa romañola, una de las más animadas del país transalpino, y también una de las más saturadas de tópicos y estereotipos. Rímini. Años sesenta. Ciudad donde las alemanas y suecas caminan en bañador ondeando largas melenas amarillas que pasan de los hombros. Verano. Rímini. La cortina de humo.

Todo va más allá. Nos remontamos.

La colonia italiana de Arriminum fue fundada sobre la llanura padana en la costa norte de las Marcas (actual región italiana de Le Marche) en el año 268 a. C. Fue poblada por seis mil inmigrantes provenientes de la Italia centro-meridional con sus respectivas familias. Es una de las urbes italianas que mejor conservan sus trazas originales en el tejido urbanístico: estructura octogonal; el cardo (kardo), que era la calle urbana dispuesta en un trazado viario en dirección Norte-Sur en forma de damero; el decumano, trazado viario pero con rumbo Este-Oeste; y el antiguo foro.




Rímini es una ciudad que ya desde su entrada se ofrece al visitante como un regalo de los dioses. La Antigüedad más pura viene a su encuentro. Le transporta desde el Puente de Tiberio (14 d. C) hasta desembocar en el famoso y extraordinario ARCO DE AUGUSTO. Este es uno de los monumentos en los que me centraré.




 
El Arco de Augusto es el arco más antiguo conservado en la Italia septentrional, y señalaba la entrada a la ciudad para el viajero que provenía de la Via Flaminia. El encargo de este arco fue realizado por el Cónsul Flaminio en el 220 a. C., y sirvió para unir de forma simbólica las ciudades de Roma y Rímini. Se erigió en el 27 a. C. como puerta honorífica para conmemorar la figura del Emperador Octavio Augusto, como se puede leer en la inscripción que se halla en la parte superior. El monumento hacía parte del anillo que conformaba el recinto de la muralla más antiguo. Esta muralla fue realizada con bloques de piedra local.

La construcción original se situaba entre dos torres poligonales, de la que apenas quedan vestigios. Se componía, además, de un ático que debía completarse con la estatua del emperador a caballo o dirigiendo una cuadriga. El conjunto general fue destruido, muy posiblemente, por los terremotos. Y en época medieval se decoró con una escena de batalla.

Se exalta la arquitectura mediante un rico montaje de elementos cargado de significados políticos y propagandísticos: una apertura muy amplia del arco, imposible de cerrar mediante puertas, y que retrotrae a la paz augusta conseguida tras largos períodos de guerras civiles. Dentro de este programa de exaltación, destacan cuatro tondos que encierran cuatro divinidades (Júpiter y Apolo en el lado externo; y Neptuno junto a la alegoría personificada de la ciudad de Roma en el lado interno, mirando hacia la ciudad).

En los alrededores del Arco, se han encontrado recientemente restos del antiguo anfiteatro romano, de época del Emperador Adriano, un anfiteatro de enorme tamaño, con capacidad para más de diez mil espectadores.
Durante la época medieval, tanto el Arco de Augusto como el Puente de Tiberio fueron el símbolo de la ciudad de Rímini en monedas y escudos.



Visitar Rímini es un viaje en el tiempo: la época del Imperio Romano, el Renacimiento más clásico, los palacios de las familias nobles, el cine más premiado, excavaciones arqueológicas permanentes… hay tanto aún por descubrir... Pero, sin duda, de entre todos los monumentos y los sitios de interés arqueológico, sobresale el TEMPLO MALATESTIANO. Y de él voy a hablaros.

Es conocido como el “Duomo de Rímini”, y es un “capolavoro” de la arquitectura del Renacimiento en Italia.




Sus orígenes se remontan a su fundación, a mediados del año 1400, sobre los restos de una iglesia franciscana del Duecento.

 
El Templo fue encargado por Sigismondo Malatesta, que se convertiría en su principal comitente, haciendo construir, primero, una capilla para la familia noble de los Malatesta, y luego añadiendo una segunda capilla para completar la primera. Él mismo, con paso de los años, quiso transformar el viejo San Francisco a través de una remodelación del espacio interior. Este proyecto lo encomendó a Matteo de' Pasti. Y el exterior, al arquitecto Leon Battista Alberti. En un primer momento, los esfuerzos realizados y las horas de trabajo que se emplearon fueron ingentes, y los primeros resultados se vieron favorecidos por el acopio masivo de mármol que Sigismondo realizó en San Apolinar en Classe (Rávena) y en Fano, lugares en los que había combatido.

Con el declive político del noble riminés, que comenzó a perder muchos de sus dominios, rápidamente las obras del edificio se retrasaron hasta su total interrupción, en torno a 1460. Y el gran Templo jamás fue concluido. Durante los bombardeos de 1943 sufrió graves daños, y tuvo que ser restaurado en 1950.
La fachada es uno de los ejemplos más significativos del estilo de Alberti. Está dividida en dos partes. La inferior se compone de tres grandes arcos, flaqueados por semi-columnas acanaladas. Los dos arcos exteriores son ciegos. La portada soporta un frontón triangular sobresaliente, que posee una decoración geométrica de mármol coloreado. La parte superior quedó inacabada. Alberti hubiera querido completarla con una cúpula que rivalizase con la que Brunelleschi hizo para Santa María de las Flores en Florencia.




El lateral derecho del Templo continúa el tema de la fachada central, y en ella se disponen, de forma consecutiva, siete grandes arcos ciegos que muestran los sarcófagos dedicados a honrar la memoria de ilustres poetas, filósofos y estudiosos de la época; así como algunos a algunos miembros de la familia Malatesta.

Autores italianos, como Zannoli, realizan una lectura sentimental de esta fachada lateral. El hecho de que quedara incompleta y la carga de tensión dramática evocan una nueva imagen de la Torre de Babel. El desarrollo de los arcos y las pilastras alterna intensidad y profundidad con un empuje dinámico que enlaza de modo elegante con el zócalo. Rodea todo el lateral una franja con una refinada decoración, reuniendo las gestas malatestianas enmarcada por un bellísimo motivo a modo de cordón en relieve, de mármol rosado.

El interior del Templo sorprende al visitante por su excelente estado de conservación y su extraordinaria limpieza (fenomenalmente mantenido).

Fue concebido como panteón para albergar los sepulcros de la Familia Malatesta. Presenta una planta de nave central con ocho capillas laterales simétricas y un amplio ábside.

 
El proyecto le fue concedido al veronés Matteo de' Pasti, un artista todavía bajo el influjo gótico, que no se preocupó de armonizar la fachada y el “envoltorio” externo con la decoración y disposición del interior. Tampoco su organización cuadraba con la decoración de las capillas, que realizó el florentino Agostino di Duccio. El desequilibrio comienza con el contraste que suponen las ricas capillas laterales malatestianas y el desnudo ábside central. La decoración de la nave sigue los preceptos toscanos tardo-góticos tomados de la tradición véneta. Esto se aprecia en elementos como follaje, emblemas, festones... Que se entremezclan con otros típicamente humanistas, sobre todo en el sepulcro Segismundo, donde ha representado las Virtudes. O en la Capilla de Isotta, con los clásicos putti, que mueven sus cuerpecitos rechonchos en una danza, mientras otros tocan panderetas, tocan la flauta o cantan.



Pero el Templo Malatesta -Basílica desde 2002- alberga dos tesoros de gran envergadura, que se muestran desconocidos al visitante hasta que el ojo percibe la magia de lo que se trata.

Uno de ellos es un solemne crucifijo de grandes dimensiones que preside el ábside central. Es una tabla de Giotto, y está datada en 1299. Es el único testigo de la fugaz estancia del maestro florentino en Rímini, tras realizar en Padua la Capilla Scrovegni, y lleva a pensar en la desaparecida decoración pictórica de las capillas franciscanas, hoy desgraciadamente perdidas.




 
El segundo tesoro escondido es un fresco “votivo” que representa a Sigismondo Malatesta arrodillado venerando a su patrón, San Sigismondo. El autor es Piero della Francesca. Su firma se reconoce en la esquina inferior derecha junto con la fecha de ejecución del trabajo, 1451. Aunque ya fue aprobado el proyecto de decoración marmórea interior del Templo, la fama del pintor toscano le precede (en las Corte de Este y en Urbino con los Montefeltro), y fue llamado por Malatesta para realizar este excepcional retrato.



Me gustaría seguir analizando cada una de estas obras maestras, pero el post se me está quedando muy largo y prefiero hacerlo más despacio y más exhaustivo. En breve estarán disponibles en el blog las dos fichas completas del Arco de Augusto y del Templo Malatesta, con más imágenes e información técnica, que espero colgar pronto.


Para terminar, un último aspecto, que a mí, como amante del cine, no he podido dejar pasar por alto. Rímini fue la cuna que amamantó y a la que perteneció uno de los mejores directores de cine de todos los tiempos a nivel mundial: FEDERICO FELLINI.

Él ha sido el mejor embajador que ha tenido Rímini en toda su historia. Fellini supo presentar en sus películas la peculiar región a la que pertenecía, la Romagna, y a sus tipos populares más característicos. De entre ellos, destaca el “vitellone”, personaje masculino que presume de hombría y de patria, y que hace gala de su “casanovismo trasnochado” en un perpetuo ligoteo con las féminas tanto nacionales como de importación (léase este párrafo en modo muy irónico). El “vitellone” romañolo fue magistralmente interpretado por Alberto Sordi en la gran pantalla.





Después de una primera exploración en su ciudad, Fellini dejará de ser “profeta en su tierra” y cruzará el charco, ganando cinco premios Óscar de la Academia de Cine de Hollywood. Pero nunca olvidó su ciudad natal, dedicándole en 1973 su aclamadísimo film Amarcord, que supuso su vuelta a la juventud, y una dedicatoria de amor a Rímini. Amarcord es un viaje en el tiempo, cuyos protagonistas son la ciudad, sus habitantes y los recuerdos.

Rímini tampoco olvida a Federico, y le rinde homenaje en numerosas ocasiones. De obligada visita es la Casa Fellini, que fue la de sus padres y la de su hermana Maddalena. Es allí donde se hospedaba cuando volvía a sus orígenes. Hoy se ha convertido en sede de la Fundación que lleva su nombre, y se ocupa de conservar el legado cinematográfico del genial director.



Casa Natal de Federico Fellini en Rímini


Rímini supera a Benidorm y a tantas otras ciudad. No hay color, ¿verdad? ¿A que he conseguido que desaparecieran los tópicos?

Créditos:

- Fotografías de Rímini realizadas por la autora del blog
- Leyendas: realizadas por la autora
- Plano y dibujo de Rímini: cortesía del Ayuntamiento de Rímini 
- Fotografías y póster de Fellini: web de vivacine



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