Sol,
playa, chiringuito, biquinis, italianos en slip y con bigotes
“rarunos” que pasean por la orilla, terrazas repletas de
bañistas, y curiosos que observan melancólicos el mar. El Mar
Adriático. La costa romañola, una de las más animadas del país
transalpino, y también una de las más saturadas de tópicos y
estereotipos. Rímini. Años sesenta. Ciudad donde las alemanas y
suecas caminan en bañador ondeando largas melenas amarillas que
pasan de los hombros. Verano. Rímini. La cortina de humo.
Todo
va más allá. Nos remontamos.
La
colonia italiana de Arriminum
fue fundada sobre la llanura padana en la costa norte de las Marcas
(actual región italiana de Le Marche) en el año 268 a. C. Fue
poblada por seis mil inmigrantes provenientes de la Italia
centro-meridional con sus respectivas familias. Es una de las urbes
italianas que mejor conservan sus trazas originales en el tejido
urbanístico: estructura
octogonal;
el cardo (kardo),
que era la calle urbana dispuesta en un trazado viario en dirección
Norte-Sur en forma de damero; el decumano,
trazado viario pero con rumbo Este-Oeste; y el antiguo foro.
Rímini
es una ciudad que ya desde su entrada se ofrece al visitante como un
regalo de los dioses. La Antigüedad más pura viene a su encuentro.
Le transporta desde el Puente
de Tiberio
(14 d. C) hasta desembocar en el famoso y extraordinario ARCO DE
AUGUSTO. Este es uno de los monumentos en los que me centraré.
El
Arco de Augusto es el arco más antiguo conservado en la Italia
septentrional, y señalaba la entrada a la ciudad para el viajero que
provenía de la Via Flaminia. El encargo de este arco fue realizado
por el Cónsul Flaminio en el 220 a. C., y sirvió para unir de forma
simbólica las ciudades de Roma y Rímini. Se erigió en el 27 a. C.
como puerta honorífica para conmemorar la figura del Emperador
Octavio Augusto, como se puede leer en la inscripción que se halla
en la parte superior. El monumento hacía parte del anillo que
conformaba el recinto de la muralla más antiguo. Esta muralla fue
realizada con bloques de piedra local.
La
construcción original se situaba entre dos torres poligonales, de la
que apenas quedan vestigios. Se componía, además, de un ático que
debía completarse con la estatua del emperador a caballo o
dirigiendo una cuadriga. El conjunto general fue destruido, muy
posiblemente, por los terremotos. Y en época medieval se decoró con
una escena de batalla.
Se
exalta la arquitectura mediante un rico montaje de elementos cargado
de significados políticos y propagandísticos: una apertura muy
amplia del arco, imposible de cerrar mediante puertas, y que
retrotrae a la paz
augusta
conseguida tras largos períodos de guerras civiles. Dentro de este
programa de exaltación, destacan cuatro tondos que encierran cuatro
divinidades (Júpiter y Apolo en el lado externo; y Neptuno junto a
la alegoría personificada de la ciudad de Roma en el lado interno,
mirando hacia la ciudad).
En
los alrededores del Arco, se han encontrado recientemente restos del
antiguo anfiteatro
romano,
de época del Emperador Adriano, un anfiteatro de enorme tamaño, con
capacidad para más de diez mil espectadores.
Durante
la época medieval, tanto el Arco de Augusto como el Puente de
Tiberio fueron el símbolo de la ciudad de Rímini en monedas y
escudos.
Visitar
Rímini es un viaje en el tiempo: la época del Imperio Romano, el
Renacimiento más clásico, los palacios de las familias nobles, el
cine más premiado, excavaciones arqueológicas permanentes… hay
tanto aún por descubrir... Pero, sin duda, de entre todos los
monumentos y los sitios de interés arqueológico, sobresale el
TEMPLO MALATESTIANO. Y de él voy a hablaros.
Es
conocido como el “Duomo de Rímini”, y es un “capolavoro” de
la arquitectura del Renacimiento en Italia.
Sus
orígenes se remontan a su fundación, a mediados del año 1400,
sobre los restos de una iglesia franciscana del Duecento.
El
Templo fue encargado por Sigismondo Malatesta, que se convertiría en
su principal comitente, haciendo construir, primero, una capilla para
la familia noble de los Malatesta, y luego añadiendo una segunda
capilla para completar la primera. Él mismo, con paso de los años,
quiso transformar el viejo San Francisco a través de una
remodelación del espacio interior. Este proyecto lo encomendó a
Matteo de' Pasti. Y el exterior, al arquitecto Leon Battista Alberti.
En un primer momento, los esfuerzos realizados y las horas de trabajo
que se emplearon fueron ingentes, y los primeros resultados se vieron
favorecidos por el acopio masivo de mármol que Sigismondo realizó
en San Apolinar en Classe (Rávena) y en Fano, lugares en los que
había combatido.
Con
el declive político del noble riminés, que comenzó a perder muchos
de sus dominios, rápidamente las obras del edificio se retrasaron
hasta su total interrupción, en torno a 1460. Y el gran Templo jamás
fue concluido. Durante los bombardeos de 1943 sufrió graves daños,
y tuvo que ser restaurado en 1950.
La
fachada es uno de los ejemplos más significativos del estilo de
Alberti. Está dividida en dos partes. La inferior se compone de tres
grandes arcos, flaqueados por semi-columnas acanaladas. Los dos arcos
exteriores son ciegos. La portada soporta un frontón triangular
sobresaliente, que posee una decoración geométrica de mármol
coloreado. La parte superior quedó inacabada. Alberti hubiera
querido completarla con una cúpula que rivalizase con la que
Brunelleschi hizo para Santa María de las Flores en Florencia.
El
lateral derecho del Templo continúa el tema de la fachada central, y
en ella se disponen, de forma consecutiva, siete grandes arcos ciegos
que muestran los sarcófagos dedicados a honrar la memoria de
ilustres poetas, filósofos y estudiosos de la época; así como
algunos a algunos miembros de la familia Malatesta.
Autores
italianos, como Zannoli, realizan una lectura sentimental de esta
fachada lateral. El hecho de que quedara incompleta y la carga de
tensión dramática evocan una nueva imagen de la Torre de Babel. El
desarrollo de los arcos y las pilastras alterna intensidad y
profundidad con un empuje dinámico que enlaza de modo elegante con
el zócalo. Rodea todo el lateral una franja con una refinada
decoración, reuniendo las gestas malatestianas enmarcada por un
bellísimo motivo a modo de cordón en relieve, de mármol rosado.
El
interior del Templo sorprende al visitante por su excelente estado de
conservación y su extraordinaria limpieza (fenomenalmente
mantenido).
Fue
concebido como panteón para albergar los sepulcros de la Familia
Malatesta. Presenta una planta de nave central con ocho capillas
laterales simétricas y un amplio ábside.
El
proyecto le fue concedido al veronés Matteo de' Pasti, un artista
todavía bajo el influjo gótico, que no se preocupó de armonizar la
fachada y el “envoltorio” externo con la decoración y
disposición del interior. Tampoco su organización cuadraba con la
decoración de las capillas, que realizó el florentino Agostino di
Duccio. El desequilibrio comienza con el contraste que suponen las
ricas capillas laterales malatestianas y el desnudo ábside central.
La decoración de la nave sigue los preceptos toscanos tardo-góticos
tomados de la tradición véneta. Esto se aprecia en elementos como
follaje, emblemas, festones... Que se entremezclan con otros
típicamente humanistas, sobre todo en el sepulcro Segismundo, donde
ha representado las Virtudes. O en la Capilla de Isotta, con los
clásicos putti, que mueven sus cuerpecitos rechonchos en una danza,
mientras otros tocan panderetas, tocan la flauta o cantan.
Pero
el Templo Malatesta -Basílica desde 2002- alberga dos tesoros de
gran envergadura, que se muestran desconocidos al visitante hasta que
el ojo percibe la magia de lo que se trata.
Uno
de ellos es un solemne crucifijo de grandes dimensiones que preside
el ábside central. Es una tabla de Giotto, y está datada en
1299. Es el único testigo de la fugaz estancia del maestro
florentino en Rímini, tras realizar en Padua la Capilla Scrovegni, y
lleva a pensar en la desaparecida decoración pictórica de las
capillas franciscanas, hoy desgraciadamente perdidas.
El
segundo tesoro escondido es un fresco “votivo” que
representa a Sigismondo Malatesta arrodillado venerando a su patrón,
San Sigismondo. El autor es Piero della Francesca. Su firma se
reconoce en la esquina inferior derecha junto con la fecha de
ejecución del trabajo, 1451. Aunque ya fue aprobado el proyecto de
decoración marmórea interior del Templo, la fama del pintor toscano
le precede (en las Corte de Este y en Urbino con los Montefeltro), y
fue llamado por Malatesta para realizar este excepcional retrato.
Me
gustaría seguir analizando cada una de estas obras maestras, pero el
post se me está quedando muy largo y prefiero hacerlo más despacio
y más exhaustivo. En breve estarán disponibles en el blog las dos
fichas completas del Arco de Augusto y del Templo Malatesta, con más
imágenes e información técnica, que espero colgar pronto.
Para
terminar, un último aspecto, que a mí, como amante del cine, no he
podido dejar pasar por alto. Rímini fue la cuna que amamantó y a la
que perteneció uno de los mejores directores de cine de todos los
tiempos a nivel mundial: FEDERICO FELLINI.
Él
ha sido el mejor embajador que ha tenido Rímini en toda su historia.
Fellini supo presentar en sus películas la peculiar región a la que
pertenecía, la Romagna, y a sus tipos populares más
característicos. De entre ellos, destaca el “vitellone”,
personaje masculino que presume de hombría y de patria, y que hace
gala de su “casanovismo trasnochado” en un perpetuo ligoteo con
las féminas tanto nacionales como de importación (léase este
párrafo en modo muy irónico). El “vitellone” romañolo fue
magistralmente interpretado por Alberto Sordi en la gran pantalla.
Después
de una primera exploración en su ciudad, Fellini dejará de ser
“profeta en su tierra” y cruzará el charco, ganando cinco
premios Óscar de la Academia de Cine de Hollywood. Pero nunca olvidó
su ciudad natal, dedicándole en 1973 su aclamadísimo film Amarcord,
que supuso su vuelta a la juventud, y una dedicatoria de amor a
Rímini. Amarcord
es un viaje en el tiempo, cuyos protagonistas son la ciudad, sus
habitantes y los recuerdos.
Rímini
tampoco olvida a Federico, y le rinde homenaje en numerosas
ocasiones. De obligada visita es la Casa
Fellini,
que fue la de sus padres y la de su hermana Maddalena. Es allí donde
se hospedaba cuando volvía a sus orígenes. Hoy se ha convertido en
sede de la Fundación que lleva su nombre, y se ocupa de conservar el
legado cinematográfico del genial director.
Rímini
supera a Benidorm y a tantas otras ciudad. No hay color, ¿verdad? ¿A
que he conseguido que desaparecieran los tópicos?
Créditos:
- Fotografías de Rímini realizadas por la autora del blog
- Leyendas: realizadas por la autora
- Plano y dibujo de Rímini: cortesía del Ayuntamiento de Rímini
- Fotografías y póster de Fellini: web de vivacine
Me encanta este artículo. Muy bueno.
ResponderEliminarMuchas gracias Mateo SM
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