La
Capilla Bacci -en la Basílica de San Francesco de Arezzo- alberga
una de las grandes obras, o la obra maestra, como muchos autores han
querido señalar, del genio de Borgo Sansepolcro, Piero della
Francesca. La Iglesia franciscana acoge los frescos del ciclo de La
Leyenda de la Vera Cruz,
comenzados entre 1452 y finalizados alrededor de 1466.
El
encargo de la decoración de la Cappella
le viene dado a Piero della Francesca tras la muerte del maestro
Bicci di Lorenzo, también toscano, al que se le había confiado la
realización de la obra como primera opción. En 1452, Della
Francesca se encuentra en Arezzo, tras haber realizado numerosos
viajes por la Toscana -incluyendo Florencia y Rimini- donde conoció
al maestro Alberti y pudo admirar parte de su gran legado
arquitectónico en el Templo Malatestiano, cuya impronta el pintor
tomó como referencia para realizar alguna de sus arquitecturas
dibujadas.
Della
Francesca no estuvo solo cuando acometió el encargo de la
Congregación franciscana. Entre las distintas manos que pintaron los
frescos se ha reconocido la de sus ayudantes Lorentino d’Arezzo y
Giovanni di Piamonte.
La
leyenda de la Vera Cruz tiene sus fuentes escritas en la «Leyenda
Dorada»
de Santiago de la Vorágine. El capítulo LXVIII recoge «La
invención de la Santa Cruz»,
y narra en distintos pasajes la historia de cómo la Cruz de Cristo
fue encontrada, protegida, semidestruida y vuelta a encontrar, entre
muchas de sus vicisitudes. De este modo comienza el capítulo:
«Celébrase
en el día de hoy la fiesta de la Invención de la Santa Cruz, porque
en un día como éste, la Santa Cruz fue encontrada. La madera con
que la Cruz había de ser construida había sido hallada mucho antes,
como luego diremos, por Seth, el hijo de Adán, en el Paraíso
Terrenal; por Salomón en el Monte Líbano; por la Reina de Saba en
el Templo que Salomón construyó; y por los judíos en el agua de
una piscina; pero la Cruz propiamente dicha fue descubierta por Santa
Elena en el Monte Calvario tal día como hoy».
En
este párrafo se resumen tres de los episodios que Piero della
Francesca representa en su obra: La
muerte de Adán; La adoración del Santo Madero y El encuentro de
Salomón con la Reina de Saba;
y el Hallazgo
de las Tres Cruces y Reconocimiento de la Vera Cruz.
A estos capítulos añade además El
traslado del Santo Madero
o Entierro
de la Santa Cruz,
El sueño
de Constantino,
La
Batalla de Constantino
y
Majencio,
El
suplicio del hebreo,
La
Batalla de Heraclio y Cosroes,
La
exaltación de la Cruz
y La
Anunciación. Completan
los frescos las figuras de profetas, ángeles y santos (ver
disposición del esquema en foto inferior).
En
primer lugar, se realizaron los cartones preparatorios para su
colocación en lunetos y recuadros de las distintas escenas. Como
indica Nieto Alcalde, Piero realizó los dibujos con extrema
precisión, y más tarde, añadió a la técnica del fresco
tradicional una ejecución en seco típica de la pintura sobre tabla.
Se valió de pigmentos ligados a sustancias grasas para obtener
efectos de especial luminosidad y definición para algunas figuras.
La
técnica del fresco que se comenzó a hacer en el siglo XIV es la que
perduró hasta el XVI sin apenas cambios, y ha perdurado hasta hoy,
intacta, tal y como recoge Corrado Maltese en Las
técnicas artísticas.
El fresco es un tipo de pintura mural realizada con pigmentos y
tierras naturales mezclados con agua. El muro se prepara previamente
con una capa de arriccio, que sirve para alisar la superficie y
dejarla apta para el trabajo. Tras ello, los pigmentos se aplican
sobre una capa de
intonaco
fresco, que debe permanecer húmedo mientras se está trabajando. El
intonaco
consiste en una mezcla de polvo de mármol, cal y agua. Cenino
Cennini en «El
Libro del Arte»
recoge el modus operandi de esta técnica, y recalca que la duración
de esta labor no debe durar más de una jornada debido a que la cal
se seca en el plazo de un día y no absorbe más pigmentos. No admite
tampoco ni correcciones, ni repintes ni retoques, y si se desean
hacer, tienen que realizarse una vez seco, y a través del temple
–que no es tan duradero como la técnica del fresco-.
Aspectos
formales: color y luz. Los personajes. Influencias: Pisanello,
Alberti, Paolo Uccello, Domenico Veneziano. La técnica de la
perspectiva y la impronta de Masaccio y Brunelleschi
La
entrada en la Capilla se produce de manera silenciosa, sigilosa, casi
en penumbra, llegando al ábside donde se encuentran los frescos. La
claridad que entra por los ventanales góticos, hace que la lectura
de cada una de las escenas sea nítida, y que se puedan apreciar cada
uno de los detalles de los recuadros y de las figuras.
Siguiendo
el esquema iconográfico anterior, analizaré cada uno de los
capítulos comenzando por La
muerte de Adán
(en el luneto superior derecho). La escena se divide en tres
episodios distintos, representados en un único espacio. Iniciando la
lectura por la parte derecha, se observa a Adán, viejo y moribundo,
pidiendo a su hijo Seth que le traiga el óleo de la Misericordia.
Más lejano, al fondo, observamos al primogénito y al Arcángel San
Miguel en conversación. El Ángel le da las semillas del árbol del
pecado. Hay que resaltar el empleo de la perspectiva. La perspectiva
será una de las características más acusadas en la pintura de
Piero della Francesca. Se basará en sus leyes para encuadrar sus
trabajos, incluso llegará a escribir un tratado, «De
prospectiva pingendis»,
sobre la utilización y las normas de perspectiva. Como indica
Alcalde, «será
el primer estudio que establece un fundamento óptico y científico
de la representación basado en el conocimiento de la geometría de
Euclides. Representará objetos y figuras según las cosas se
presenten al ojo desde diversos ángulos. Cada cosa que está más
próxima al ojo se presentará siempre bajo un ángulo mayor que la
más lejana».
Es
una perspectiva real, basada en la geometría y la matemática, muy
distante de la perspectiva jerárquica que se utilizó en siglos
pasados, en la pintura románica o gótica, influenciada por la
religión, que representaba las figuras u objetos de mayor
importancia en un tamaño mayor que el resto (por ejemplo Cristo o la
Virgen).
En
el temple sobre tabla de Guido da Graziano, la mano de la Virgen es
totalmente desproporcionada y no hay ningún tipo de perspectiva en
ella, con respecto al Niño Jesús y su figura en general. Ello
quiere resaltar la idea de que la Virgen con esa mano se encuentra en
actitud de mostrar, de señalar, el camino de la Redención, que es
el Niño. Es por ello, que se le intenta hacer más grande para
recalcar su importancia. Piero della Francesca utiliza una
perspectiva muy estudiada para separar las distintas escenas, que se
desarrollan en el mismo espacio pero no en el mismo tiempo. Seth y el
Arcángel Miguel al fondo, y a la derecha, Adán
moribundo con Eva. A la izquierda,
el grupo familiar rodea a Adán, ya muerto, y las semillas del pecado
son puestas en su boca. De esas semillas, surge la leyenda de que
crecerá un árbol, de cuya madera se hará la cruz en la que será
crucificado Cristo siglos más tarde.
Dos
figuras hay que destacar en estos grupos. En primer lugar, la de la
anciana Eva, que muestra su vejez a través de su pecho caído; si
seguimos hacia la izquierda nos encontramos con el ligero escorzo de
un hombre de espaldas, apoyado en un bastón. Representa, según
varios autores, la alegoría de la Muerte, inspirado muy posiblemente
en las figuras clásicas de dioses, como Hermes y su caduceo. Por
último, y más a la izquierda, el personaje masculino ataviado con
ropajes rojos y azules, se le ha querido ver como Cristo, el nuevo
Adán, o el Rey David, de la tribu de la que descenderá el Salvador.
En
La
Adoración del Santo Madero y el encuentro de Salomón con la Reina
de Saba,
destacan las arquitecturas clásicas. Los personajes del grupo de la
derecha se disponen dentro de un edificio de características
totalmente clasicistas. Las columnas corintias y los zócalos al
fondo nos remiten a la Antigüedad y a la arquitectura de Leon
Battista Alberti. El arquitecto, favorito de Segismundo Malatesta,
introdujo al pintor en los círculos cortesanos de la ciudad y de
este modo conoció a nobles que le hicieron encargos, como el del
Castillo de los Este en Ferrara, hoy desaparecidos. Las figuras
representadas homenajean a estos ambientes en los que se desenvolvió
Della Francesca tanto en Rímini como en Urbino, donde fue años más
tarde, a la Corte de Federico de Montefeltro.
La
indumentaria, velos y calzado son una copia pictórica de lo que allí
vio. Son testimonio de la moda y la estética de su tiempo. En ellos,
y en la disposición de los dos grupos de personajes en el paisaje,
se inspiraría Pasolini a la hora de realizar su Evangelio según San
Mateo.
Para
el Cortejo de la Reina se dejó influir el toscano por el Cortejo
de los Magos
de la Pala de Santa Lucia de Magnoli de Domenico Veneziano. Ambos
poseen una pintura luminosa, clara y tersa, que construye las figuras
en la luz. Los pliegues de los ropajes se construyen a través de la
luz, al igual que su volumen. La luz uniformiza los colores. Todos
los cuerpos tienen un aire de «maiestà»,
de rotundidad con un halo de divinidad.
Las
colinas pobladas de encinas que sirven de fondo de paisaje, numerosos
historiadores del arte italianos las han identificado con un paisaje
muy querido para Piero, un recuerdo ligado a su infancia, la Val
Cerfone y la Val Pandochia, entre las que se encuentra el pueblo
natal de su madre, Monterchi, conocido por albergar el también
célebre fresco suyo de La
Madonna del Parto.
Se
inspiró también en Pisanello en los perfiles, así como en el
estudio de la anatomía equina, que también es algo que tomó
prestado de Paolo Uccello.
Batalla de San Romano. Paolo Uccello. 1438-1440. Temple sobre tabla, 182 x 320 cm. National Gallery, Londres |
En
el Entierro
de la Santa Cruz
o Transporte
del Santo Madero,
destaca la diagonal que conforma la Cruz, que a su vez destaca por el
gran verismo que presenta. Cada veta de la madera de la que está
formada está representada en distintos colores, dibujando las
sinuosas formas de los anillos. La perspectiva se declara fundamental
a la hora de dividir los diferentes planos de la escena.
La
cuarta escena representa El
sueño de Constantino.
Sus personajes han pasado a la historia del Arte por ser muy
significativos. El joven que está sentado a los pies de la cama del
Emperador, posee una actitud sólida, atemporal, ajena al milagro que
está ocurriendo. Su mirada y su pose atraen al espectador dentro de
la tienda.
En
La
Batalla de Constantino y Majencio,
las lanzas marcan la contraposición verticalidad-horizontalidad de
la composición. Della Francesca representa una contienda sosegada,
con las banderas ondeando en calma. Los gestos majestuosos de
Constantino con la Cruz en la mano en la parte izquierda, se imponen
a la parte ligeramente más caótica de la derecha. El paisaje del
Tíber al fondo, en el que se reflejan árboles y casa, divide a los
dos ejércitos, y es narrado por el escritor inglés G.M. Trevelyan a
principios del siglo XX de este modo: «En
el transcurso del gran río, donde ya deja su cuna de montaña, hace
un efecto particular en la imaginación… la línea de los árboles
que dan sombra al curso del Tíber se refleja en el límpido río de
molinillos azules y plateados…».
Y esos son los colores con los que representa Piero al Tíber.
En
El
suplicio del hebreo
trabaja la perspectiva más depurada. Las monumentales figuras
sobresalen en un fondo liso, que contrasta con las cuerdas y las
maderas, usadas para sacar el cuerpo del hebreo, que sale del pozo,
dispuesto a declarar dónde se encuentra enterrada la Vera Cruz. Se
reconocen varias manos en esta escena. Los colores y el ambiente son
siempre los mismos. Piero della Francesca sitúa sus composiciones al
mediodía, momento en que la luz unifica colores y tonalidades, muy
al estilo de cómo hará –inspirado por el toscano- Giorgio De
Chirico cinco siglos más tarde.
La
Batalla de Heraclio y Cosroes
se presenta más agitada, muy influenciada por Uccello. Los miembros
de los caballos y el nudo de cuerpos se hacen más evidentes, pero
siempre marcando la verticalidad y horizontalidad, a través de las
banderas, las lanzas y los brazos. Destacará la arquitectura que
encontramos en la parte izquierda, inspirada en la de la Trinidad
de
Masaccio. Así como la figura de Cosroes, que será la misma que
encontremos en la Anunciación
haciendo el papel de Dios.
El
ciclo se completa con tres escenas más, El
hallazgo de las Tres Cruces
y
El
reconocimiento de la Vera Cruz;
la Exaltación
de la Cruz
y la Anunciación.
Siempre con las mismas características: paisajes inspirados en la
bucólica Toscana; figuras monumentales, llenas de «grazia»
y transmisoras de eternidad; marcadas perspectivas; arquitecturas
clásicas y ricas indumentarias.
Piero
hace partícipe al espectador del soplo divino, lo sumerge en una
atmósfera irreal y sin tiempo, de la que beberán otros maestros
italianos a lo largo de los siglos, como los surrealistas De Chirico
o Dalí; Felice Casorati, Marino Sinori o Georges Pierre Seurat.
La
entrada a la Capilla se realiza de manera libre, y el precio del
billete es de cuatro euros. Debido a la afluencia de público, es
conveniente realizar una reserva previa por Internet o de manera
telefónica, que sube el precio estimado a seis euros. Merece la
pena adentrarse en la oscura Basílica construida a finales del siglo
XIII y dejarse deslumbrar por la atemporalidad de los frescos del
temprano Renacimiento italiano.
Como
curiosidad, para los amantes del cine, la escena de la película El
Paciente Inglés
(Anthony Minghella, 1996) en la que la enfermera Hannah ilumina las
paredes de una capilla con una antorcha mientras se balancea subida a
una cuerda desde el techo, están rodadas allí. Y son esos frescos a
los que da luz.
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