“Jamás
he entrado en una tienda Zara. Pero conozco a su fundador, Amancio
Ortega, y merece todo mi respeto y admiración”
Confesión
de Hubert Givenchy a Lorenzo Caprile en una entrevista en el verano
de 2014
Hubert de Givenchy por Robert Doisneau. 1960 |
Con
esta exposición que dedica el Museo Thyssen-Bornemisza al “modisto”,
como a él mismo le gusta definirse, Hubert de Givenchy, el centro
madrileño se vuelve a reinventar de nuevo y demuestra, una vez más,
que es uno de los pioneros en cuanto a innovación expositiva, nuevas
técnicas de marketing en el mundo del arte -inauguran tienda en
Internet- y uso de las redes sociales. Ello pone de manifiesto que es
un espacio abierto al visitante, accesible (no existe para ellos el
concepto de élite que va a visitar un museo como podía suceder en
el siglo XIX o durante gran parte del siglo XX), y al alcance de la
mano de diferentes tipos de público. Desde niños y jóvenes hasta
los apasionados del Arte más veteranos.
No
contentos con ello, muestran al público parte de su colección de
pintura, ligada al veterano couturier francés. El binomio
moda-pintura funciona. Y creo personalmente que será la primera
muestra de las muchas que realizarán en un futuro de este tipo.
Ya
desde la entrada, se puede apreciar el cuidado detallismo que
conservadores y proyectistas han puesto en el diseño de la
retrospectiva. La estética es clave. Hermosos jarrones de flores
blancas reciben al visitante y le introducen en un selecto ambiente,
como si de un taller de alta costura se tratase. Las notas del primer
perfume que creó la Casa Givenchy en 1957, L'Interdit, casi
se pueden apreciar mientras se recorren las salas.
Entrada a la exposición en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid |
Eloy
Martínez de la Pera, comisario de la exposición, junto con Paula
Luengo, conservadora del Museo, proponen un itinerario que comienza
narrando los primeros éxitos del diseñador francés. Pero, como él
mismo ha señalado en más de una ocasión, ese éxito no vino de la
nada. Fue el resultado de una formación temprana, de su crianza en
una familia materna poseedora de negocios textiles en la ciudad
francesa de Beauvais, y de un abuelo que fue un gran coleccionista de
objetos artísticos, así como propietario de una fábrica de
tapices. Entonces, claro está, de casta le viene al galgo.
Givenchy
desconfía de los “nuevos talentos”, de aquellos que en un par de
años son directores artísticos “aquí o allí”. Señala que se
ha perdido actualmente un gran valor que es el aprendizaje, la
paciencia, la constancia y estudiar el oficio (métier) desde
abajo. Se declara defensor absoluto de las jerarquías de los
talleres: directora, dependientas (a las que él denomina “vendeuse”
a la antigua manera, y que se ganaban tanto la confianza de los
proveedores como la de las clientas), las oficialas, patronistas,
modelistas, cortadoras, probadoras y modelos.
El
Conde de Givenchy se formó en primer lugar en la Escuela de Bellas
Artes de París, a la que accedió en 1944. Tras ello, pasó por los
talleres de modistos de gran fama y renombre, como Jacques Fath,
Robert Piguet, Lucien Lelong o Elsa Schiaparelli, que le influye
muchísimo en sus creaciones, y a la que llega a denominar “la
perfecta encarnación del chic”. En estos años de formación
conocerá a personajes fascinantes del mundo del espectáculo, el
cine o las artes escénicas francesas, como la modelo y actriz Maxime
de la Falaise, Françoise de Langlade (directora de Conde Nast y
esposa de Óscar de la Renta) o el ilustrador René Gruau. Fueron
años vitales en los que Givenchy absorbía como una esponja tanto
ambientes como enseñanzas.
Todo
ello se ve reflejado en lo que fue su primer triunfo textil: la blusa
Bettina. La llamó de este modo en honor a su modelo
preferida. Fue un récord de ventas. Estaba realizada en un material
económico, el algodón, y llevaba volantes de bordado inglés con
calados y bodoques. Al mismo tiempo, en el año 1952 creó la “Maison
Givenchy” y lanzó su primera colección. Se caracterizaba por una
elegancia que jamás abandonará, así como por la pureza de líneas
de las piezas y una belleza sin tiempo.
Esta
primera colección no hubiera sido posible sin la inspiración del
maestro Cristóbal Balenciaga, al que admiraba profundamente desde su
juventud. De él heredó la simplicidad en las líneas y los
volúmenes.
Se
denominó “Separates” y fue una colección pensada para una mujer
que pertenecía a una élite de la alta sociedad que se movía en una
Europa cosmopolita. Consistía en una selección de partes de abajo y
de arriba intercambiables y combinables entre sí, al gusto de la
clienta. Era lo que se denomina en moda, el “prêt-à-porter”.
Sí, “prêt-à-porter”, pero de lujo. Algo que hasta entonces no
había osado realizar ningún otro taller o diseñador. Él fue el
pionero. Y de ahí a la fama.
En
esta primera parte del recorrido se puede apreciar bien la
importancia que tendrá para él la calidad de los tejidos, que
también es herencia de Balenciaga. Así como una de sus principales
señas de identidad: el color negro. De este modo, idea una de las
prendas básicas para el armario de cualquier mujer, el vestido negro
corto, apto para todas las ocasiones. Un cocktail, una reunión de
trabajo, un concierto, o una cena romántica son eventos a los que
podrá acudir con el mítico “little black dress” y nunca le
fallará ni desentonará.
Es
en este momento cuando las obras de la Colección del Museo comienzan
a entablar un diálogo con las creaciones del diseñador. La Santa
Casilda de Francisco de Zurbarán, envuelta en brocados y oros,
se muestra junto a un espléndido conjunto de noche de pantalón y
chaqueta en lamé brochado de 1990. Y vuelve a subrayar su pasión
por el contraste y la calidad de los tejidos.
Detalle del conjunto de noche de lamé. 1990 |
Santa Casilda. Francisco de Zurbarán. Colección Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid. |
Otro
de los puntos que quiere tratar la retrospectiva es la influencia que
tuvieron las grandes clientas en Hubert Givenchy y en sus creaciones.
Inicia la segunda parte de la exposición. Muchas de estas clientas
se convirtieron en grandes amigas, y otras en musas de sus
colecciones. En su casa de París atesora los recuerdos de una vida
en magníficas fotografías. Jackie Kennedy en Versalles con un
conjunto de abrigo y vestido en satén bordado de flores; Wallis
Simpson de riguroso luto en el funeral de su esposo, el Duque de
Windsor; Audrey Hepburn posando desenfadada con uno de sus dos
piezas...
Conjunto diseñado para el vestuario de Audrey Hepburn en "Cómo robar un millón y..." (1966) |
Audrey
Hepburn fue su íntima amiga. Para ella creó numerosos diseños, y
ella le llevó de la mano a lo más alto de Hollywood. Fue el
encargado de vestirla en Desayuno con diamantes, con un
vestido tubo de noche de satén negro, que luciría en una de las
memorables escenas de la película, mientras desayunaba un croissant
delante de la joyería más famosa del mundo. Ese vestido daría la
vuelta al mundo y se convertiría en icono de estilo dentro y fuera
del mundo del cine. Traspasó fronteras. La actriz británica encarnó
para él los valores de la Casa Givenchy: elegancia, discreción y
serenidad. La vistió también para otras películas, por ejemplo
Cómo robar un millón y... junto
a Peter O'Toole; Sabrina;
Historia de una monja
o Una cara con ángel.
Su amistad comenzó en 1954 y se prolongó hasta la muerte de la
actriz en 1993.
Detalle del mítico vestido que Audrey Hepburn lució en la película "Desayuno con diamantes" (1961) |
A
medida que atravesamos las estancias, los cuadros continúan en
“sagrada conversación” con los vestidos. Martínez de la Pera
destaca de esta relación que “sus creaciones aúnan la elegancia
clásica de la alta costura con el espíritu innovador del arte de
vanguardia”. Así, se intercalan con los lienzos de Rothko, Miró o
Robert y Sonia Delaunay, con los que coincide en elegancia y en el
uso del color.
Finaliza
la novedosa retrospectiva con una selección de trajes de novia, así
como con una serie de fotografías de los años ochenta, con diseños
llenos de glamour en el cuerpo de las primeras súper modelos.
El
cariño que el maestro siente por España es inmenso, y se muestra
palpable en la exposición que le dedica el Museo Thyssen, y también
en las entrevistas que concede a los medios. Conoció Toledo de la
mano del doctor Marañón, y tiene aquí a su querida Sonsoles de
Icaza, marquesa de Llanzol, a la que le une una larga amistad. Ella
fue, además, íntima confidente y musa de Balenciaga, su mentor
español.
En
1988, Givenchy vendió su firma al grupo empresarial Louis Vuitton
Moët Hennessey (LVMH), y se retiró definitivamente siete años
después.
“Yo
siempre quise dedicarme a la moda, a embellecer a la mujer”
Hubert
de Givenchy
Esta
declaración de intenciones parece una contradicción con las
actuales propuestas que ofrecen actualmente los diseñadores y las
casas de moda. Y da mucho que pensar y que reflexionar.
Como
curiosidad, la tienda del Museo vende productos “marca Givenchy”.
Los antifaces para dormir confeccionados en encaje son un guiño a la
inolvidable escena de Desayuno
con diamantes,
con una Holly Golightly en la piel de la Hepburn, que se despereza
en la cama de su piso de Nueva York.
La
retrospectiva Hubert
de Givenchy
permanecerá en el Museo Thyssen-Bornemisza hasta el 18 de enero de
2015. La completará un ciclo cinematográfico de acceso gratuito,
los sábados a partir de noviembre hasta que finalice la muestra. El
catálogo está disponible en español e inglés, y contiene textos
del diseñador, del comisario y de los conservadores de la
exposición, así como de Philippe Venet, asesor de este ambicioso
proyecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios